Más visitas turísticas en Irán

De un tiempo a esta parte estamos dedicando artículos a Irán, un destino turístico poco conocido o poco apreciado. Y no por casualidad ya que nuestra percepción del mundo está mediada por, valga la redundancia, los medios de comunicación, y lo cierto es que no lo publicitan para nada. Una pena, ya que repito aquí que es un destino que te quitará el aliento.

Hemos hecho un artículo con información práctica sobre trámites, visas y otras cuestiones para planear un viaje a Irán y también otro sobre qué ver en Teherán, la capital. Pero dijimos entonces que no podemos reducir el país a esa ciudad y así es. Haciendo eco de algunos lectores seguimos con nuestras visitas turísticas en Irán, para seguir descubriendo este gran destino. Hoy le toca el turno a Isfahán.

Isfahán

Es la tercera ciudad más grande del país y está a unos 340 kilómetros de Teherán. Descansa en un valle, goza de un clima templado con estaciones definidas y para los iraníes es la capital arquitectónica y cultural de su nación. Supo ser capital del Imperio Persa en el siglo XI y hay quienes la consideran la Andalucía iraní así que es una ciudad preciosa.

Desde Teherán puedes llegar en autobús por la carretera Kashan, tardando unas cinco o seis horas. Si no quieres gastar ese tiempo de día puedes aprovechar uno de loa autobuses nocturnos.  También puedes alquilar un coche privado y ganar algo de tiempo, pero puede ser más caro por el coste de la gasolina y el hecho de que el conductor puede cobrarte el viaje doble ya que debe regresar a la capital sin ti.

Hay gente que alquila un coche y se decide a conducir por su cuenta pero las autopistas no son muy escénicas, más bien son algo aburridas. La velocidad máxima es de 1100 km/h.

En el año 2006 Isfahán fue elegida como la segunda capital del mundo islámico tras la Meca, pero sigue sin explotar de turismo como sus autoridades esperaban. Y eso que es uno de los destinos más conocidos dentro del turismo extranjero. ¿Qué debes visitar aquí? En primer lugar el Palacio Hasht Behesht, el más lujosos y hermoso de la ciudad aunque uno de los más pequeños y que más deterioro ha sufrido a través del tiempo.

Fue construido durante la segunda mitad del siglo XVII y en su momento fue uno de los más de cuarenta palacios y mansiones que existían, pero es el único que ha llegado hasta nuestros días. Este bonito sitio de columnas de madera y amplia terraza abierta que mira a un parque repleto de verdes árboles y con estanque central abre de 8 am a 8 pm y la entrada tiene un precio de US$ 3.

La Mezquita Masjed-e Shah es un edificio ricamente decorado con mosaicos azules por todas partes y digno ejemplo de la arquitectura Safavid. Su portal es una construcción de 1611 de 30 metros de altura y con oro, plata y azulejos azules, pero en verdad las obras duraron algunos años más, hasta el último reinado de su promotor, el Shah Abbas, en 1629. Por suerte no ha cambiado nada desde entonces y por eso es Patrimonio de la Humanidad.

La puedes ver en la Plaza Nasqh-e Jahan y abre de sábados a jueves de 9 a 11:30 am y de 1 a 4 pm. Los viernes abre solo por la tarde. La entrada cuesta 3 US$.

Para seguir disfrutando de la arquitectura islámica puedes visitar el Masjed-e Jameh, un complejo convertido en museo de arquitectura pero que sigue bien activo como sitio de oración, así que siempre hay movimiento. Es la llamada Mezquita de los Viernes.  Un par de horas dando vueltas y tendrás un buen recorrido por ocho siglos de arquitectura y diseño islámicos, viendo los aportes de cada casa real, incluso de los mongoles.

Hay un patio central con cuatro fuentes de abluciones, las iwans, al estilo de la Meca, rodeadas de pórticos del siglo XV. No hay que dejar de ver el Salón del Sultán Uljeitu, con inscripciones en estuco, diseños de flores y bellezas de alabastro. Todo en 20 mil metros cuadrados.

En el edificio que alguna vez funcionó como almacén y establos de los reyes Safavid funciona ahora el Museo de Artes Decorativas de Irán. Hoy su colección está compuesta por obras de los períodos de Qajar y Safavid: cerámicas, objetos de laca, cristales, trajes tradicionales, armas, artículos de caballería, tallas en madera y mucho más.  Está sobre la calle Ostandri y abre de sábados a miércoles de 8 am a 1 pm y los jueves desde las 8 am al mediodía. La entrada cuesta US$ 3.

No, no me olvidé de la plaza de Isfahán: es la Plaza Nasqshe Jahan. Fue construida en 1602 y es uno de los dos Patrimonios Mundiales de la ciudad. Aquí todo es simétrico y ordenado, sus jardines, sus caminos, sus fuentes. Es un excelente sitio para contemplar el devenir de la vida cotidiana de los iraníes: 150 metros de largo por 165 de ancho. ¡Enorme! Y la foto obligada es a que icnluye la Mezquita, por sus colores.

Si caminas por los alrededores verás el Jardín de Baghe Chehel Sotun, un ejemplo del clásico jardín persa que integra la lista de Patrimonios Universales y que vale la pena visitar. Así como en Teherán hay un enorme e interesante bazar Isfahán tiene el suyo. El Bazar de Isfahán es histórico y es uno de los más grandes y antiguos de la región. Tiene dos kilómetros cubiertos y está uniendo la parte antigua con la parte nueva de la ciudad.

Lo encuentras al norte de la Plaza Naqsh-e Jahan. Un bonito paseo por aquí es subirte a una de las calesas que dan vueltas a la plaza y no dejar de ver y tomar fotos, como hacen los propios turistas iraníes que llegan del resto del país.

La ciudad también es un centro de artesanía muy importante a nivel nacional así que a los alrededores de la plaza central y dentro del bazar podrás hacer bonitas compras de objetos de cerámica, alfombras, manteles con diseños de flores, cacharros para la cocina o ver directamente a los artesanos y artistas trabajando.

Por último, aunque el río puede estar seco hay muchos puentes y algunos de ellos son preciosos (el Pol-e-si-i, por ejemplo). Si caes un viernes debajo del puente Kajú los varones jóvenes cantan sin instrumentos musicales aprovechando la resonancia que se forma debajo de la estructura.

Me quedan en el tintero el Templo del Fuego y la Catedral Vank, un templo armenio, con sus frescos hermosos, y por supuesto las calles, la simpatía de la gente, los cafecitos que no abundan pero existen y la grata sensación de que uno es bien recibido, con curiosidad (no es mentira que es un país cerrado a la cultura occidental), pero su gente, ay, su gente, es inolvidable.


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